Así, por derivación de los dinamismos económicos, los litorales atestiguaron un devenir de inserciones logísticas que transformaron radicalmente los equilibrios regionales a través de la densificación de infraestructuras portuarias y prolongaciones ferroviarias que trasfiguraron las urbes, densificaron su demografía y, por tal razón, movilizaron un volumen considerable de fuerza de trabajo. La especialización comercial y productiva originó nuevos fenómenos, como la competencia o la complementariedad interportuaria, adicionándose la emergencia de agencias políticas y sociales.
En aquel escenario, las articulaciones entre los territorios de producción del interior continental y la circulación marítima produjeron un desarrollo inédito y transformativo. Esta dinámica constante de mutación conoció no solo la topología de red en el cual se insertaron las riberas del Pacífico, sino que también asumió nuevos desafíos con las actividades relacionadas al ocio y la recreación, particularmente en lo que se refiere a la imposición de actividades económicas desvinculadas de la productividad. Un fenómeno representativo del siglo XX fue que el mercado inmobiliario encontró en el litoral un terreno propicio para desarrollarse, favoreciendo un rediseño profundo de la composición sociológica y de las actividades económicas de las riberas. Pero no solo fue aquello, sino que de la misma manera hubo intensos procesos de ocupación espontánea y no planificada del territorio por parte de nuevas poblaciones, lo que contribuyó a modificar la demografía y la urbanización litoral.
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