El realizador filma La danza de la Realidad en la ciudad donde nació hace 83 años. El rodaje ha sido un fenómeno para una localidad sin cines y que ha visto sus calles transformarse en un colorido barrio de los años 30, con extravagantes personajes.
por
Damir Galaz-Mandakovic
Publicado en el diario La Tercera, 24/06/2012.
(c) Aldo Beroiza |
Tenía 10 años. Alejandro Jodorowsky
dejó Tocopilla en 1939. Con su familia se trasladó a Quinta Normal, en
Santiago. Más de 70 años después, el escritor y cineasta regresa a su ciudad
natal para revivir su niñez en su nuevo filme, La danza de la realidad.
Pese al tiempo transcurrido, Tocopilla está casi igual: el progreso ha pasado
de largo por aquí y la ciudad conserva prácticamente los mismos edificios que
conoció Jodorowsky.
Su visita ha sido un fenómeno en
una ciudad que no tiene cines. En abril, el director seleccionó locaciones.
Desde entonces, el añoso Teatro Nacional (1929) fue pintado de un rojo poderoso
y se transformó en Cine Ideal. La casa original de Jodorowsky, destruida por un
incendio en 2009, está nuevamente en pie con una réplica extraordinaria. Allí
estaba la Casa Ukrania, tienda que instaló el padre de Jodorowsky para vender
artículos de contrabando.
Muchas tiendas de la ciudad
cambiaron de nombre con llamativos letreros. Una farmacia pasó a ser Droguería
Victoria y otra, Botica Galeno; una boutique se transformó en hojalatería El
Porvenir; un mercadillo tiñó de negro su fachada y se tornó en la funeraria El
Ultimo Adiós. Surgió un imaginario bar La Urgencia. En una zapatería se instaló
un enorme y colorido zapato de charol. Los otros locales comerciales que
colindan con Casa Ukrania se han clausurado con un cartel que dice “cerrado por
quiebra”. En fin, una serie de transformaciones que buscan recrear, entre la
ficción y la historia, el contexto de una ciudad en la década del 30.
Sitios que durante años estuvieron
abandonados ahora se ven limpios. Algunos edificios fueron pintados. Se
instalaron decoraciones, escenografías coloridas, paneles con grandes dibujos,
realizados por el muralista Alejandro “Mono” González. La ciudad se ha
embellecido. Y en las calles se bromea con “Jodorowsky alcalde”, porque en
semanas transformó una ciudad golpeada por la pobreza, los terremotos y la mala
gestión.
El rodaje comenzó a principios de
junio. Entonces, en el centro aparecieron carteles con una imagen recreada del
Presidente Ibáñez del Campo, y un actor enano vestido de diablo, a veces de
ángel, empujaba un coche gritando las ofertas de la Casa Ukrania. En el filme,
el director de El topo es retratado por un niño de 10 años vestido de
celeste y con una gran peluca rubia. En una de las escenas, el niño corría por
la playa, donde se habían diseminados miles de pescados, simulando una gran
varazón: de pronto llegaron cientos de pájaros y crearon un efecto
sorprendente.
La producción ha contratado muchos
extras locales, de preferencia mujeres muy gordas y hombres morenos, bajos,
calvos, ancianos, algunos vagabundos reales junto a dipsómanos y niños
delgados. El día más conmovedor fue la filmación de una escena con
discapacitados, que recreaban a mineros mutilados vestidos solamente con un
pantalón, exhibiendo sus malformaciones y muñones. Ellos tuvieron que cantar
una decadente canción en las afueras de la consulta de un dentista, donde
colgaba una gran pieza dental de dos metros.
El equipo se levanta a las 6.00. Se
dirige a la locación e instala sus equipos para que, a las 8, cuando llega
Jodorowsky, vestido siempre de negro, esté todo armado. Megáfono en mano, el
realizador dirige a los actores con entusiasmo. En ocasiones, también se ha
enojado, sobre todo cuando alguno olvida sus textos. Al finalizar el día, tipo
6 de tarde, el ritual es ir a tomar té a La Ideal, donde continúa dando
instrucciones. Cuando Jodorowsky va al único café de la ciudad, éste se llena.
Lo que más comentan los extras
tocopillanos es la repetición de escenas, entre ocho y nueve tomas para cada
una de ellas. Varios lamentaron el fuerte olor que se les pegó al cuerpo cuando
tuvieron que repetir, casi una decena de veces, un acto de festejo con pescados
lanzados al aire en los basurales tocopillanos.
Todas las mañanas llegan decenas de
tocopillanos a mirar la filmación. Lo primero que comentaron era el despliegue
de la producción, la cantidad de personas que trabajan en la película, los
camiones, la cantidad de cables, toda una novedad para Tocopilla. Los niños
observan con asombro las tremendas cámaras Red One. La producción silencia al
público con un aviso gritado antes de la filmación de cada escena. No obstante,
no ha faltado el ladrido del perro callejero, un celular, un bocinazo o cuando
bomberos tuvo que activar una alarma aérea para llamar a sus voluntarios y
asistir a un accidente. El rostro de Jodorowsky mostró irritación. En todo
caso, los más enfurecidos son los taxistas, debido a los sucesivos cortes de
tránsito a los que están expuestos.
Trece camiones, con todos los
implementos necesarios, y más de 70 profesionales participan del rodaje.
Europeos, norteamericanos y chilenos. No todos alojan juntos, ya que la
capacidad hotelera de la ciudad está colapsada.
Quien ha tenido el trabajo de mayor
vinculación con algunos tocopillanos es “Mono” González. El muralista y
escenógrafo del filme incluso quiere dejar plasmado su arte en los muros
locales. Se ha reunido con grafiteros y ha opinado en los medios locales sobre
la contaminación y de cómo ésta ha favorecido dramáticamente el efecto de
envejecimiento de algunas locaciones.
Día a día, Jodorowsky se pasea
acompañado por su numeroso staff, o bien solo con su esposa. Ha revivido cada
uno de sus momentos de niño. Muchos no lo conocían, o solamente lo habían
escuchado nombrar: su obra no ha sido difundida como debiese en la ciudad. Sin
embargo, para otros, conversar con el artista y director ha sido fabuloso.
No quiere dar entrevistas y no
desea ninguna fuga sobre lo que está realizando. El equipo tiene prohibido
hablar y hacer fotografías sobre las escenas. Tampoco quiere making of.
Es tal su obsesión y el cuidado con que protege el contenido del filme, que
sólo él revisa las filmaciones. No quiere arruinar las sorpresas: es su primer filme
en 22 años. A lo único que accede es a fotografiarse con cualquier tocopillano
que se lo solicite, sea en la plaza, en un café, en un circo o donde lo
encuentren.
Artista y
sicomago, en estos días Jodorowsky es parte de la cotidianidad local. No deja
de sorprender su memoria de sitios y personajes, además de su lucidez y energía
a los 83 años. Es la imagen del creador que deja su casa para conocer el mundo.
Y que regresa, 70 años después, convertido en leyenda. Un artista de fama
internacional que nunca olvidó su humilde aldea original.
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