La historia de la industria pesquera en Tocopilla constituye un capítulo fundamental para comprender la transformación económica, social y ambiental de esta ciudad nortina desde la segunda mitad del siglo XX. Desde la década de 1960, con la instalación de las primeras plantas de harina y aceite de pescado, Tocopilla pasó a ser un polo industrial ligado a la explotación de recursos marinos, en particular de especies pelágicas como anchovetas, jureles y sardinas.
Los productos de la industria: harina y aceite de pescado
El desarrollo pesquero estuvo centrado en la elaboración de harina y aceite de pescado. La harina, de alto valor proteico y fácil digestión, se convirtió en un insumo estratégico para la acuicultura (salmones, truchas, camarones), la avicultura (pollos y pavos) y la ganadería (cerdos y vacunos). Su importancia trascendió las fronteras, posicionando a Chile como uno de los principales exportadores mundiales de este producto. El aceite de pescado, por su parte, se destinó tanto a la alimentación animal como al consumo humano refinado, destacando su aporte de ácidos grasos Omega-3 con beneficios cardiovasculares y neurológicos. Además, tuvo aplicaciones en las industrias farmacéutica, cosmética e incluso en la producción de derivados industriales.
Fundación y expansión inicial
La Pesquera San Pedro S.A. fue fundada el 27 de junio de 1963 en el actual Barrio Industrial de Tocopilla. Su objetivo contemplaba la pesca, la extracción y la transformación industrial de organismos marinos para la producción de harina y aceite. Durante sus primeros años, la empresa aumentó capital e inversiones, pero pronto se vio afectada por la naturaleza cíclica de la actividad: entre 1967 y 1968, la crisis pesquera obligó a la intervención de CORFO, que asumió la administración a través de un comité especial. El reinicio de las faenas fue posible gracias a Pesqueras Unidas, que impulsó reparaciones técnicas y la contratación preferente de mano de obra local.
En paralelo, en 1964 se fundó la Pesquera Tocomar o Pesquera Victoria, primer esfuerzo de capitales netamente tocopillanos, liderado por el empresario Custodio Muñoz. Su proyecto destacó por la construcción de embarcaciones propias como la Goleta Tocomar II, fabricada directamente en su planta de harina de pescado. Con ello, Muñoz buscaba integrar la producción y asegurar el abastecimiento de anchoveta en un mercado dominado por grandes capitales nacionales y extranjeros. La Tocomar reabrió en 1965, generando empleo y consolidando el carácter pionero de la iniciativa local.
En esos mismos años se organizó la Cooperativa de Pescadores de Tocopilla, que agrupó a pequeños pescadores artesanales para negociar precios, coordinar faenas y promover actividades educativas. Sin embargo, hacia fines de los años setenta esta experiencia se vio truncada por dificultades económicas y la pérdida de embarcaciones.
Auge, tensiones y diversificación
Durante la década de 1960, las plantas de harina y aceite de pescado transformaron a Tocopilla en un polo industrial que llegó a emplear a cientos de trabajadores. No obstante, la expansión también trajo consigo tensiones: la sobreexplotación de recursos, los ciclos de abundancia y crisis, y la inestabilidad laboral marcaron la trayectoria del sector.
Posteriormente, entre 1983 y 1986 se instalaron nuevas compañías: Pesquera Tocopilla, que adquirió la planta San Pedro y alcanzó producciones de hasta 85 toneladas por hora; Pesquera Guanaye, con presencia desde 1986; y Pesquera Coloso, que operaba en diversas ciudades del país y llegó a procesar 80 toneladas por hora en Tocopilla. Coloso fue incorporada a CORPESCA en la década de 1990, pero la escasez de recursos pesqueros y la legislación restrictiva llevaron al declive progresivo de la actividad, hasta la paralización definitiva de la planta tocopillana hacia mediados de la década de 2010.
Contaminación y memoria social
El auge pesquero dejó también un fuerte impacto ambiental y social. Las fábricas de harina de pescado generaban olores penetrantes y persistentes, asociados a la emisión de gases como amoníaco, sulfuros, trimetilamina y aminas volátiles, además de contaminantes de combustión como monóxido de carbono, dióxido de azufre y material particulado. Sus efectos en la salud iban desde irritación ocular y respiratoria hasta problemas crónicos como bronquitis y asma, afectando tanto a trabajadores como a vecinos, que denunciaban malestares, insomnio y disminución de la calidad de vida.
Para mitigar estos efectos se instalaron evaporadores de neblina descendente, que reutilizaban el “vaho” —vapor con restos de grasa y proteínas emanado de la cocción del pescado— para evitar su liberación directa. Este sistema se complementaba con torres de enfriamiento, que condensaban y eliminaban parte de los compuestos responsables del mal olor. Sin embargo, la percepción ciudadana de “aire contaminado” persistió durante décadas, convirtiéndose en un símbolo del costo ambiental del desarrollo industrial.
Balance histórico
La industria pesquera en Tocopilla representó, a la vez, un motor de crecimiento económico y una fuente de tensiones sociales y ambientales. Generó empleo, impulsó innovaciones locales y posicionó a Chile en los mercados internacionales de harina y aceite de pescado. Pero también trajo consigo sobreexplotación de recursos, crisis recurrentes y un legado de contaminación que marcó la vida cotidiana de la ciudad. Hoy, las instalaciones inactivas de las antiguas pesqueras sobreviven como ruinas industriales, testigos de una etapa en la que el mar y su aprovechamiento transformaron la identidad y la historia de Tocopilla.

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