Una
vez que Tocopilla es incorporada a Chile el 22 de marzo de 1879, comienza a
organizarse, a nivel industrial, la explotación salitrera. El impulso dado por
la concesión otorgada por el Estado chileno al británico Edward Squire, que
significa la construcción de un atrevido ferrocarril salitrero que atraviesa la
cordillera local, vino a generar un mayor 
flujo financiero por parte de capitales europeos, principalmente
ingleses. Llegan a Tocopilla las grandes compañías salitreras que implican la
construcción de muelles, casas gerenciales, casas para sus empleados y la
generación de todo un movimiento portuario que engendró un rasgo cosmopolita.
La generación de una activa vida comercial y una  bohemia nocturna que vino a ser el sello
identitario. Arribaban decenas de veleros ansiosos por el salitre y vapores con
pasajeros también ansiosos pero por 
trabajo.
            Aquel proceso iniciado a finales del
siglo XIX, llegó a tomar las dos primeras décadas del siglo XX. Por su parte el
puerto tocopillano seguía creciendo gracias a los flujos económicos generados
por la explotación del cobre y también 
por el salitre y el porteo realizado en Tocopilla.  De ahí que en Tocopilla se establecieran las
grandes compañías ligadas a la explotación y exportación  del nitrato, entre ellas Folsch & Martin,
Anglo Chilean y Nitrate Agencies. Como así, de la misma manera la compañía Anglo
Chilean Nitrate and Railway. El pequeño caserío inicial raudamente se iba
transformando en una pequeña metrópolis en donde el intercambio comercial y la
gestión de grandes negocios marcaban la pauta citadina.
            La expansión urbana se expresaba en
la ocupación de la Península de Algodonales y la Villa Esmeralda, más conocida
como el sector de La Colonia. 
            Las grandes colonias extranjeras que
existían en Tocopilla no sólo dominaban las 
actividades mercantiles, sino que también dominaban los aspectos de la “vida
social”. Ellos crearon múltiples Mutuales de Socorros Mutuos, entidades
benéficas, Cuerpos de Bomberos y el connotado Club  de la Unión. 
            Llegaban grandes tiendas
importadoras de productos lujosos que proporcionaban a la comunidad finas
lozas, perfumes, porcelanas, cristalerías, sedas, géneros y lujosos pañuelos,
sombreros y también cigarros, del mismo modo existía  el contrabando de una diversidad de alcoholes
exóticos. La vida nocturna era cada vez más agitada y bullida; se escuchaban
múltiples idiomas y los colores de piel eran heterogéneos: chinos, negros de
Harlem, hindúes, ingleses, nórdicos, noruegos, y otros tantos. Algunos se
quedaron y la población dejaba de ser flotante y se convertían en tocopillanos
por adopción. Así como llegaban marinos, también llegaban problemas para el
orden público, por las continuas peleas y disturbios generados por los excesos
de estos marinos mercantes.  
            Iniciando el siglo XX,  existían alrededor de 5.000 habitantes, pero
se presentaban dos segmentos en la  población;
uno marcado por la elite, constituido sustancialmente por inmigrantes europeos,
quienes eran comerciantes y grandes agentes salitreros, y otro grupo al
extremo; el sector obrero, tales como pirquineros, lancheros, estibadores y
empleados particulares. Ambos grupos estaban separados por un gran abismo
social y cultural. La elite de Tocopilla admiraba lo europeo. Usualmente,
gesticulaba, se vestía  y hablaba a la
usanza inglesa. Ellos configurarían encapsulados grupos de tertulias y juntas
sociales, en donde la prosapia y alcurnia del origen determinaba todo.
Empero,  en el otro sector, el obrero se
desenvolvía con el analfabetismo y el alcoholismo. Entre la dureza del trabajo
y la insalubridad.
            Es en este lapso donde afloran las
construcciones en base al pino oregón, en sector de la actual calle Prat, desde
Sargento Aldea, San Martin, Serrano, Baquedano, sectores de calle Sucre y parte
importante de 21 de Mayo.

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