jueves, 18 de enero de 2024

CONTROL POLITICO Y MORAL

 En el sector donde se emplazaron los estanques para el petróleo de la termoeléctrica (1915), en la punta de la Península de Algodonales, se había levantado en la primera década del siglo XX, un improvisado barrio habitado por portuarios e inmigrantes de la zona central de Chile. Este barrio era conocido como la Población de Lata, lugar donde predominaban tolderías de oxidadas calaminas, latas extendidas de tambores, también chabolas de maderas y sacos salitreros. La termoeléctrica y los estanques enormes provocaron una erradicación forzosa y borradura con este barrio que contaba con canchas, balnearios populares y alojamientos, tales como el Castillo del Guzmán, hostal inaugurada el 25 de julio de 1901.


La impronta política del consorcio estadounidense a través de las clausuras viales, el policiamiento del campamento, se adicionó una impronta de estrategia moralista y que apostó por controlar el territorio colindante: hacia un barrio de origen decimonónico llamado Villa Esmeralda, popularmente mencionado como el barrio de La Colonia Chilena, ubicado en la entrada a la Península de Algodonales. 

Aquella traza tuvo como eje el control sobre las dipsomanías. El alcohol fue considerado como la expresión de una deseconomía en las relaciones capitalistas y de la nueva forma de proletarización de los tocopillanos. 

Sobre el consumo de alcohol, cabe mencionar que desde el año 1885, las patentes de alcohol fueron aumentando en correlación al aumento de la población, por citar una muestra aleatoria, dos años después de inaugurada la termoeléctrica, los archivos de la Gobernación indican las siguientes cantidades de consumo de alcohol y cigarro en 1917: cerveza, 585.096 litros; vino, 692.571 litros; cigarros, 53.071 kilos (AGPT, Informe Nº3 sobre renovación de patentes de alcoholes, 29 de diciembre 1917), consumo en una población que promediaba las 5.300 personas. El vino se vendía por cuarterolas, barriles y damajuanas, aparte de los embotellados de diferentes marcas y nacionalidades. Igualmente existía gran demanda de pisco, aguardiente de Rancagua, whisky, ron, anís, menta, cinzano, entre otros.  

En esas circunstancias de aumento del consumo de alcohol, la compañía estadounidense buscó eliminar los almacenes y negocios aledaños que los expendían. Podemos citar el caso de la polémica surgida entre la familia Zavala Silva, administradora de Los Baños del Zavala y la propia compañía estadounidense. Cabe indicar que Los Baños del Zavala estaban ubicados desde la primera década del siglo XX en la misma península en la cual se instaló la termoeléctrica, consistía en un hotel con acceso a una playa hacia el sur de la península. En una carta confidencial enviada al Gobernador de Tocopilla, Víctor Gutiérrez, el gerente de The Chile Exploration solicitaba la caducidad del arriendo del terreno a dichos comerciantes, indicando lo siguiente en junio de 1916:

“…el objetivo de los Baños del Zavala ha desaparecido con motivo de las grandes instalaciones de la Planta eléctrica que ha hecho alrededor la Chile Exploration i los Baños se han convertido en cantina. Estimo que ha llegado el caso de poner termino á la concesión con arreglo á los decretos del 14 de febrero de 1892. El expendio de bebidas alcohólicas tiene en ese caso especial, mucho mayor gravedad, porque la cantina se halla á un paso de la gran faena con numerosos operarios, que acuden con una gran facilidad á beber i á malgastar su dinero. Con el mérito de estas consideraciones ruego á Us. solicitase del S. Gobierno la caducidad de la referida concesión” (AGPT, carta confidencial, 12 de junio 1916). 

Finamente, la concesión fue caducada y la familia Zavala tuvo que salir del lugar quedando económicamente arruinada. 

Cabe indicar que, en los finales de la década de 1920 y en los inicios de la década siguiente, la escena tocopillana tuvo como impronta la proliferación de cantinas que hicieron que las autoridades comenzaran una campaña para evitar las dipsomanías en los obreros. Al punto que en el año 1931 en la cárcel de Tocopilla había 338 presos, de los cuales, un 64,2 % estaban bajo los efectos del alcohol a la hora de delinquir, es decir, 217 presos. En ese escenario, se iniciaron algunas campañas para reglamentar y controlar los lugares donde se expendía alcohol y se practicaran juegos de azar, actividades "que no contribuyen a la vigorización de la raza (...) y que ella es la gran incitadora junto a las cartas y naipes, al maldito vicio etílico..." (AGPT, Carta de L. Cárcamo, alcalde de Tocopilla, al Mayor de Carabineros, 5 junio de 1931).

No solo en el puerto estaba el problema, sino que también en la salitrera del sistema Guggenheim, la Oficina María Elena, donde el excesivo consumo de cerveza provocaba serios efectos. El 29 de agosto de 1931 el Teniente Coronel y Prefecto Ramón Briones, a través de un oficio, da cuenta de que la Prefectura se vio en la:

"...imperiosa necesidad de suspender la venta de cerveza en todas las Oficinas de la jurisdicción debido a los graves desordenes y malas consecuencias que ha traído el consumo exagerado (...) los trabajadores fa llan al trabajo, son despedidos, aumenta la cesantía y la violencia dentro de la familia" (AGPT, Acta anual de Carabineros, Oficio N° 121).

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