Los cables
censuran la bella postal y la visualidad hacia los paisajes costeros locales, problematizando
la vista desde las empinadas calle del puerto.
El Mar, las
playas, los barcos, los remolcadores, los faluchos, chalupas, son censurados por
la gran cantidad de cables gruesos, aglutinados y negros. Una verdadera tela de araña se nos presenta a la vista, configurándose
una sobreestimulación visual agresiva, tosca, invasiva y simultánea.
Los tamaños,
disposiciones, orientaciones, orden, distribución se convierten en agentes
contaminantes.
La contaminación
visual local acontece brutalmente en la ciudad, reflejo de la nula
planificación en cuanto a la
urbanización y compromiso por tratar de desestresar la ciudad.
Un puerto
con contaminación visual nos muestra el escenario anárquico en lo público y en
lo privado: cada empresa, amparada en la deficitaria regulación, con sus iniciativas individuales generan el
caos para la vista y distorsionan la identidad misma de sus habitantes, en
cuanto a la conciencia y conexión de sentidos con el lugar en el cual vivimos.
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