domingo, 20 de agosto de 2023

UNA TRAGEDIA Y LA BANDERA BOLIVIANA EN EL PACÍFICO

Fragmento del artículo: Una bandera boliviana rompe en el mar. Protestas, nacionalismo y significantes de antibolivianismo en Tocopilla (2002-2022)

 

...José Luis Oñaz Velásquez, era oriundo de Santa Cruz de la Sierra, trabajaba como panadero en una población situada al norte de la ciudad, tenía tan solo 27 años de edad y en una jornada de pesca deportiva cayó al mar el 5 de julio de 2022, se le vio ahogándose bajo la violencia de marejadas en una playa llamada La Gasolina. Al no haber noticias sobre su paradero, se activó una búsqueda que no fue efectiva. En aquellas jornadas de sondeo, la comunidad boliviana se acercaba al litoral cada una de las noches y encendía velas en señal de vigilia para que el mar devolviera el cuerpo. Carlos Oñaz, hermano José Luis, arribó a Tocopilla desde Santa Cruz de la Sierra para buscar a su hermano, el portal web TocoLoa mencionó que, “

 

[…] con una mirada esperanzadora y un paso optimista recorre como cada día y cada noche desde el sector de playa La Gasolina hasta la pesquera de Tocopilla con la única esperanza de encontrar algún indicio que permita encontrar el cuerpo de su hermano […]  Su único conocimiento del mar era lo que se ve en televisión o en internet. Desde Santa Cruz viajó […] pensando que él podía estar en algún islote o en alguna embarcación que lo haya socorrido, pero al llegar a Tocopilla conoció una realidad totalmente distinta. Con el paso de las semanas ha conocido todo sobre el bravo mar y sobre todo de cómo funciona la costa tocopillana, siendo hasta hoy un soporte esencial de su familia. Su madre quien también viajó desde Bolivia, también se encuentra en el sector conocido como zona cero, observa cada una de las labores de los rescatistas y ve cómo pasan los días sin tener novedades sobre José Luis” (TocoLoa, 21 de julio de 2022). 

 

Fue entonces que la zona de desaparición de José Luis, devino en lugar de aglutinación nocturna de la comunidad boliviana, acompañados por algunos dirigentes comunitarios. En el marco de la práctica de la religiosidad popular, convergieron las imágenes de la Virgen de la Tirana y San Lorenzo, incluyendo plegarias a la Virgen de Cotoca, de la zona de Santa Cruz de la Sierra. Del mismo modo, se acercaron pastores evangélicos. En aquellas vigilias surgieron velatones, cadenas de oración, rezos y rogativas. Con el correr de los días, se sumaron algunas instituciones en la búsqueda del joven boliviano, tales como la Capitanía de Puerto, Bomberos de Tocopilla y Mejillones, Municipalidad de Tocopilla, pescadores, buzos y organizaciones comunitarias.  

 

Con el pasar de las semanas, el cuerpo no era hallado. Así, las autoridades decidieron la finalización de la búsqueda, particularmente por parte de la Capitanía de Puerto y de bomberos. Fue entonces que los vecinos del sector y dirigentes comunitarios construyeron una animita en la misma zona de aglutinación nocturna, un hito de marcación y recuerdo a través de un formato de santuario. Lo llamativo fue que la animita incorporó una bandera nacional de Chile y de Bolivia. Está última flameó en pleno litoral, aunque en un escenario de infortunio, inscribía un espacio binacional. Ciertamente, la animita no contó con ningún tipo de permiso de edificación ni de propiedad, en los hechos, fue una apropiación del terreno. Aunque debemos recordar que, en sí mismas, las animitas se explican por lo factual, por soslayar la autorización de la instalación, las animitas o cenotafios son las heterotopías al cementerio y a sus artefactos documentales. Pero, de igual modo incluyen una sacralización del lugar. (Figura 5).



Figura 5: Animita que recuerda al joven boliviano José Luis Oñaz en la playa La Gasolina de Tocopilla. Es allí donde puede apreciarse la bandera boliviana flameando en pleno litoral junto a una bandera chilena. Al centro, la imagen del desaparecido joven. Agosto de 2022. Archivo del autor. 

Nos interesa dilucidar los significados de la imagen que se construye con la instalación de la bandera boliviana, hecho que resulta prácticamente inédito en su materialidad y en su dimensión simbólica y política. En primer lugar, como hemos demostrado, la bandera boliviana durante las dos primeras décadas del siglo XXI tocopillano ha sido instrumentalizada como artefacto de provocación política a nivel local y regional contra el centralismo chileno. No obstante, dicha bandera es repositorio simbólico de un rechazo. Aquello explica el miedo y la emocionalidad de un boliviano que viajó miles de kilómetros para instalar la bandera por algunas horas en el litoral que Chile invadió en el marco de una guerra minera iniciada en 1879 (Galaz-Mandakovic, 2018). Así, en el contexto de la tragedia que afectó al joven oriundo de los llanos orientales, podemos ver que hubo una empatía comunitaria en cuanto a la búsqueda y acompañamiento a la familia del joven Oñaz. Fueron los estamentos populares y barriales de Tocopilla los que empatizaron con la tragedia y activaron sus propias redes. Se atestiguaba el diálogo y simetría entre los segmentos de la subalternidad local. Una profesora escribió en Facebook: “Hermoso ejemplo de hermandad y solidaridad […]”

 

Pero también podemos interpretar la presencia de la bandera boliviana como el indicador y como la tangibilización de que allí murió un otro, un foráneo, un alóctono, y que por ello resultó inevitable atribuirle una identidad nacional o una nacionalidad, para establecer un modo de separación entre el sitio en que murió (expresado con la bandera chilena) y la nación del afectado, así se explicita que era boliviano, sin saber qué tipo de relación ideológica tenía el joven con su patria o con su nación. En el decir de Todorov, supondría negar la “posibilidad de desprenderse” (2014: 99) de la nacionalidad dada y optar por otras preferencias de pertenencia. Entonces, la bandera de Bolivia devino en una transnominación, en una metonimia hacia un joven desaparecido. La visión de la otredad quedó claramente constituida al instalar la bandera chilena, a saber que no murió ningún chileno. Allí se establece la relación heterotópica. La bandera chilena a la derecha, como indicador de soberanía que autoriza a la bandera boliviana a la izquierda, se establece así una relación y una territorialización en el litoral, pero por sobre todo, una jerarquía. Finalmente, de una u otra forma, se expresa la idea de disociación con el otro en la escena del nacionalismo en el mundo popular que, no sería más que una que la identificación ventrílocua de la política, ya que reproduce los discursos de la elite centralista. Entonces, aquella metanarrativa de homogeneización se reprodujo en la sociología nortina que, definitivamente, al poner la bandera boliviana, paradojalmente, estaba negando, separando, delimitando, jerarquizando y cerrando identitariamente a la víctima de la trágica agresividad de las olas del Pacífico. La semiótica de aquella relación de otredad es canalizada, claramente, por el mar. Porque en junio del año 2019 murieron dos obreros bolivianos en la mina Directorio 8 de Tocopilla[1], uno de aquellos pirquineros muertos no pudo ser rescatado desde el derrumbe de varias toneladas de piedras. Ahí no hubo banderas bolivianas que nacionalizaran a los fallecidos. Por ello, el mar aun en las microhistorias de las desventuras sigue siendo politizado en el marco de una contrariedad y negación. En ese sentido, sospechamos que surgió una instancia de negociación entre la comunidad boliviana y el nacionalismo popular chileno para administrar los símbolos patrios, considerando en los hechos los tipos de significantes que se activan en la relación de la memoria de Bolivia, Chile y el mar. Consideramos que aquel nacionalismo popular sería la homología a los movimientos denominados como emotivistas en Bolivia, ideología que opta por privilegiar una retórica basada en un discurso político en torno a lo territorial, donde el nacionalismo territorial consiste en la construcción de identidad (González y Ovando, 2016). De la misma forma, sospechamos que la instalación de una bandera boliviana en el litoral en algún otro contexto, que no haya sido una tragedia, ya hubiese activado una espontanea resistencia nacionalista, incluyendo una destrucción o una desinstalación. No obstante, en el contexto de la religiosidad popular que moviliza una animita y la sacralización incluida del sitio, más el propio miedo popular a los difuntos, la bandera adquirió cierta soberanía e inmunidad, respetada incluso por los aparatos policiales. Pasados los meses, sigue flameando para dinamizar la memoria de una otredad.



[1] Se trató de los mineros bolivianos Salomón Veizaga Delgadillo de 45 años de edad y Lenín Veizaga Soto de 22 años, padre e hijo, respectivamente. El cuerpo del primero no pudo ser rescatado. El único sobreviviente fue Leonardo Condori Huarina de 64 años de edad. Aquellos mineros fueron sometidos a un precario régimen de precariedad laboral en una mina que era considerada como insegura. 

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