Crisis, barriadas, fuego y cemento
- La
Gran Depresión de 1929
La crisis mundial se inicia con el famoso “Jueves Negro” de octubre de
1929 en los EE.UU., en donde la caída de
la Bolsa configuró una de las crisis económicas y financieras más
significativas en el orbe, de la cual ningún país estuvo ajeno a ella. Este trance provocó grandes e inauditas tasas de cesantía: catorce
millones de personas en los Estados Unidos (Corbo, 2005). Lo acaecido en Wall
Street se reprodujo de forma acelerada en las demás Bolsas de aquel país, desde
Chicago hasta San Francisco y desde allí contagiando el mal de la Gran Depresión a muchísimos países
llegando, desde tan lejos, hasta el pequeño puerto de Tocopilla.
Finalizando la
década de 1920, Chile vivió una holgura económica, con un alto gasto público en
el régimen de Carlos Ibáñez del Campo[1]
(1927-31) régimen que estuvo direccionado en modernizar la infraestructura
productiva Chile. Pero, este apogeo tuvo su origen en un alto endeudamiento
externo, producto de los créditos en dólares que fluían desde Nueva York, que
se imponía como la nueva capital financiera del mundo (Collier, 1996). La
depresión en el mercado de valores provocó una falta de liquidez que llevó a
una radical caída de los precios internacionales de las mercancías y de la
mayoría de los activos, produciendo una
crisis bancaria de grado mundial, especialmente en los países con sistema de patrón oro[2]
(Martínez, 1983).
El informe de la
Liga de las Naciones (World Economic Survey) indica que Chile fue el país más
afectado por la Gran Depresión[3].
Las exportaciones de salitre y cobre se derrumbaron, provocando graves
consecuencias sobre la economía interna, al caer los ingresos fiscales y
disminuir las reservas, se ahondó el impacto que ya se venía arrastrando desde
la producción de salitre sintético en Alemania (Martínez, 1983). En ese
escenario, se suspende el pago de la deuda externa chilena en julio de 1931.
Surgen las protestas en contra de la dictadura de Ibáñez
del Campo, quien se exilia el 26 de julio de 1931 y huye a Argentina. El
desmoronamiento de Ibáñez produjo un grave aprieto de gobernabilidad e
inestabilidad política[4]
(Vitale, 1997).
II.
El
caso de Washington
Miles de cesantes, en su deambular y vida errante, se fueron ubicando en
las periferias de Washington. La perdida de las casas además del impulso de la
migración campo-ciudad por causa de la paralización de faenas agrícolas, la
extensa población flotante fue conformando barriadas suburbanas.
La conformación de estas villas
miserias, de estos barrios de chabolas, es un proceso que se incrementa
desde 1930, y su denominación pasa a ser “Hoovervilles” en irónico honor hacia
el Presidente de EE.UU., Herbert Hoover (Jackson, 1944).
El Estado desplegaría grandes sumas de dinero para estos barrios, en
cuanto a proporcionar comida y agua. No
obstante, muchos funcionarios
municipales eran corruptos, y mantuvo esos recursos valiosos para ellos mismos (Jackson, 1944).
Uno de los mayores Hoovervilles que existió, era no periférico, porque se
ubicaba en Central Park, allí: “como ratas (en) manada humana,
la gente común se vieron obligados a llevar, las ruedas y los bits de arrastre
de madera, hojalata, cartón, papel de alquitrán, vidrio, material para la
composición de techos, la tela y otros materiales sirvieron para estos sitios
de los nuevos Estados Unidos, un boom inmobiliario” (Roy, 1935). Se expresa
de este modo un apogeo de barrios calamitosos.
Los cesantes autogestores
en la construcción de estructuras habitacionales en la precariedad, junto a otros,
menos calificados, lograron reunir cajas de embalaje y otros artículos
desechados para darse cobijo. Albañiles desempleados rescataron bloques de
piedra y ladrillos viejos para crear chabolas de 20 pies de altura. Sin
embargo, los hombres más desgraciados se vieron obligados a refugiarse en el
interior de redes de agua vacías (Menefee, 1932).
En 1934, existían en Washington
alrededor de quinientas casas auto-construidas, de una sola habitación, fueron “esparcidas sobre el terreno en el trastorno
demencial” (Roy, 1934:42). Allí se pudo establecer la existencia de una
población muy diversa, según Roy, estaba compuestas por no blancos (29% de la población de la colonia), incluyendo 120
filipinos, 29 de África, 25 de América, 4 mexicanos, 4 sudamericanos y 2
japoneses. Este mismo investigador habló de un “arcos iris étnico” unidos sólo por la pobreza, el hambre y la
deshigienización, en una “camaradería en
mal estado” (Roy, 1934: 42).
Se tuvieron que establecer medidas de control por parte de las
autoridades hacia los residentes de estos guetos, todas centradas en la higienización
y normas estrictas de saneamiento. A su vez, se esperaba que, “los residentes –debían- mantener el orden. (…) esto fue manejado
por un Comité de Vigilancia, que consta de dos blancos, dos negros y dos
filipinos, dirigidos por un leñador blanco nativo de Texas, quien llegó a ser
conocido como la ‘no oficial’ ‘Mayor de Hoovervilles’” (Roy, 1934:44). Según
esta fuente, los residentes arrendaban parte de sus terrenos a los recién
allegados, o bien vivían con ellos cobijados en algún rincón. Estos barrios
fueron considerados por sus moradores como “la
morada del hombre olvidado" (Jackson, 1944).
La convivencia con basuras fue una tónica muy marcada en estos barrios,
basta citar el caso del hooverville de
Beacon Hill o bien, el ubicado en la zona Interbay al lado de donde la
ciudad solía depositar su basura. Había otros a lo largo de la 6ª Avenida en el
sur de Seattle.
A finales de 1935, el Departamento de Salud de la ciudad calculó que
entre 4.000 y 5.000 personas vivían en las diversas shacktowns o ciudades de chozas (Informe de la
División Saneamiento 31 de diciembre 1935, citado en Extracto del Informe Anual
de 1935 del Departamento de Salud). Muchos de ellos muertos por le hambre o por
las enfermedades adquiridas esos barrios pestíferos.
La existencia de estos suburbios, fueron tolerados hasta los inicios de
la II Guerra Mundial. La crisis económica ya había sido superada y se inició un
plan de anulación. Siendo una muestra de ello lo organizado por el Departamento de Salud de 1941 cuando se estableció
Committee on Elimination shack (Comité
de Eliminación de chozas) para identificar grupos no autorizados de vivienda y
planificar su retiro. Algunas encuestas habían identificado chabolas en cinco
colonias importantes. En abril de 1941, los residentes de la Hooverville principal se les dio aviso a
salir el 1 de mayo. Los agentes de policía quemaron las pequeñas estructuras
con keroseno y las incendió, siendo los cesantes meros espectadores de la quema
de sus viviendas. El Hooverville de Seattle había durado toda una década
(Informe del Comité de Eliminación Chozas, 14 de abril de 1941).
Las mismas políticas de erradicación afectaron a Tacoma Hooverville, campamento cerca del vertedero de la ciudad,
mencionado despectivamente como “Hollywood
on the Tideflats”, en alusión al mareo que generan sus pestilencias. Los
infructuosos esfuerzos de desalojo llevaron
a que en 1942, el Departamento de Bomberos de Tacoma quemara cincuenta de los
"Hollywood" chabolas. En un acto de resistencia, se volvió a ocupar
durante la II Guerra Mundial (Gregory,
2009).
Desbaratar de
Hoovervilles era una tarea difícil, la gente no hallaba otro lugar al que
llamar hogar. Se forjaron varias tentativas para eliminar esos pequeños pueblos
durante la década de 1930, pero los funcionarios del gobierno y de la ciudad no
podía hacer nada acerca de los problemas de salud y comedores dispersos que estos
hoovervilles habían creado.
El fuego legalizado
lanzado en los tugurios, era el ultimo recurso de eliminación.
- El
impacto en Chile
La
Depresión Económica provocó alrededor de doscientos mil cesantes, cifra
significativa para un país de cuatro millones de habitantes (Vitale, 1997),
además se originó un éxodo desde el norte hacia la zona central del país
calculándose aproximadamente 45.000 retornados[5]
y un aumento del flujo poblacional desde el campo a la ciudad (Correa; Jocelyn-Holt, et al, 2001). La
presencia masiva de obreros cesantes implicó un aumento en la delincuencia, ya
que la pobreza y las bajas condiciones de vida hicieron que muchos cesantes
perdieran la noción entre lo lícito y lo ilegal[6].
En estos años (1930-32) se evidencia un
alto número de asaltos y asesinatos, siendo estos dos delitos los de mayor
cantidad y connotación social, siguiendo
después de estos las faltas a la ley como la ebriedad, lesiones y estafa
(Revista Sucesos, 1933).
Subyacentemente hubo un
incremento sorprendente de la mendicidad y orfandad infantil (Vitale, 1997;
Collier, 1996). En Santiago, muchas personas decidieron vivir en las cuevas de
los cerros, siendo la más famosa de ellas las cuevas del Cerro Blanco,
lugar en donde se calculaba la presencia de trescientas personas, viviendo en
condiciones totalmente insalubres. Derivó de aquello variadas enfermedades
sanitarias tales como tifus, cólera y
pediculosis. Esta última en un lapso de dos años mató a seis mil personas
en Santiago (Zig-Zag.
Santiago, 7 mayo 1932).
De esta problemática se hicieron
cargo instituciones de beneficencia coordinadas por señoras de las grupos más
pudientes, compuestas, generalmente, por esposas de políticos connotados. Entre
ellas, Graciela
Fehrman cónyuge del presidente provisorio Juan Esteban
Montero. La actuación de la señora Fehrman destacó por la labor en los
programas y acciones por ella coordinados, como el “Ropero de los pobres”
y el grupo para la “Higienización de los
cesantes” (Bugueño, 2009).
- Hoovervilles
tocopillanos
Los mayores problemas de insalubridad detectados en este trienio emanaban
desde los denominados Barrios Obreros[7],
los cuales eran considerados por las autoridades como verdaderos focos de
inmundicias y basurales (Bugueño, 2009).
La llegada de los pampinos hizo que los conventillos insalubres se
atiborraran, provocando que el hacinamiento se fuese reproduciendo con el pasar
de los meses. En el caso de Tocopilla, las soluciones habitacionales para los
obreros eran precarias. La llamada Vivienda
Barata, tuvo su mayor impulso en el periodo de 1930-32, momento en el cual
surgieron improvisados barrios de barracas, con casetas construidas toscamente
y con materiales ligeros.
En algunos casos, los obreros recibían del Municipio la concesión, o bien
la venta, de un terreno y allí autoconstruían dentro de sus posibilidades y
alcances, usando como material los sacos, cartones, madera, cubriendo con
diarios y papel de cajón de manzanas las frágiles paredes.
Estas poblaciones estaban ajenas a todo plan regulador, por lo que
el orden no era bien definido, ni eran casas, ni barrios bien distribuidos
en el plano[8].
Estos barrios no contaban con agua dulce ni salada, del mismo modo
carecían de luz y de pozo desaguadero, sólo algunas casas contaban
con pozos negros. Pero,
desde estos pozos emanaban fuertes olores, lo que otorgaba un sello
pestilente al sector, siendo esta característica luego asumida en los discursos
estatales y de las élites como el principal factor de impureza y de
insalubridad de referidos barrios. En estos sectores el suelo era rocoso,
esencialmente porque se trataban de terrenos ubicados en las laderas del
cerro, y esto determinaba que los pozos negros fueran muy pequeños o muy cortos en su
profundidad. [9]
Los mayores problemas de los habitantes de estos barrios obreros era su
alta exposición a la humedad y al exceso
de vapor al interior de ellas por efecto de calefacción y de cocina. En ese
sentido, eran los niños los más expuestos a infecciones y enfermedades
generando un alto número de tuberculosos o con coqueluche (El Proletario, 12 de enero de 1932). La aglomeración
llevó a la convivencia con animales encerrados en corrales tales como cerdos,
cabríos, burros, también gallinas, patos y pichones. De esta forma se confundía
la morada para personas y para animales, en una extraña sensación de
horizontalidad entre animales y humanos (Diario El Proletario, 30 de enero de
1932, pág. 6). No obstante, es valido plantear que la convivencia con animales
era quizás una estrategia de producción para alimentarse. Del mismo modo,
podemos esbozar que los animales dormían con la gente con el objetivo de que no
fuesen robados no es descabellado. Quizás estaban buena parte del día en la
casa por la misma razón y para que se le controlara mejor lo que comía. Así, se
puede establecer que hubo dos procesos operando: por un lado el hacinamiento, y
por otro el desarrollo de una forma de vida hombre-animal que tenía por
finalidad asegurar la producción de un mínimo de recursos alimentarios para el
núcleo familiar.
El impulso a la gran cantidad de allegados en el puerto de Tocopilla fue
producto del ocaso de la actividad salitrera, y así comienza el recibimiento de
los cesantes pampinos de los cuales la gran mayoría acudía a vivir a estos
barrios invitados por familiares y amigos, iniciándose un nuevo problema: el
hacinamiento. Se ha estimado que por cada casucha o mediagua habitaban entre 10
y 12 personas (Barrera, 2007). Estas
chozas diminutas, en la práctica, eran de una sola pieza, con piso de
tierra, con exigua luz y ventilación, siendo el uso del vidrio totalmente
ignorado. Corrientemente había una lámpara grasienta y humeante para
iluminarse, aunque de ordinario no había otra cosa que la fogata dentro del
domicilio[10]. Estas
casuchas eran de un suelo disparejo, abundando la humedad más los charcos de
aguas servidas. Otro problema sanitario era el tema de la ventilación al no
existir chimeneas. En estos cuchitriles era en donde se cocinaba, se
dormía, se comía, se criaban animales y, en muchos casos, sus interiores eran a
la vez letrinas (Fernández, 2011). Los citados barrios estaban ubicados en
la “Villa
Esmeralda” en los actuales terrenos de Algodonales, “El Salto”, “Ciudad
Perdida” y “Pampa Este”, es decir, el cuadrante que marca la actual calle y
pasaje Esmeralda entre Freire y el sector de Huellas Tres Puntas, el cuadrante en donde los Inspectores de Salud realizaban numerosas rondas (Barrera, 2007).
La consecuencia de semejante estado de cosas, era la formación de un
medio ideal para el desarrollo de enfermedades, al menos así se señalaba en el diario El Proletario:
Estas viviendas bajas de techos, húmedas, mal
iluminadas, en las que se apiñan las personas y animales, contribuyen
poderosamente al desarrollo de la escrófula y la tuberculosis, e imprimen
en todas la afecciones una tendencia a desembocar en la supuración. Engendran
así abscesos, caries y enfermedades articulares. (Diario El
Proletario, Tocopilla, 3 de diciembre 1932, pág. 6)
Este escenario daría paso a la propagación de padecimientos, debido al
alto porcentaje de aglomeración insalubre.
Según los datos oficiales, fue desde estos sectores empobrecidos donde se
registró la alta cifra de expirados que acaeció en el puerto durante 1930-32:
una cifra de muertos que sería superior a de los nacidos vivos. Según datos del
Registro Civil de Tocopilla, (Actas anuales de nacimientos y defunciones) los
guarismos son los que siguen[11]:
Año
|
Natalicios
|
Defunciones
|
1930
|
360
|
475
|
1931
|
390
|
440
|
1932
|
401
|
499
|
Como podemos observar, la cifra de mortalidad aumentó en los años más
críticos para la economía chilena y local. También, debemos decir, que en las
cifras de las defunciones, alrededor del
50% corresponden a menores de 16 años, y la mitad de esa cifra
corresponde a menores de un año. Según el Gobierno local, Las causas de la alta
tasa de mortalidad están básicamente determinadas por la insalubridad y por la
desnutrición (Actas anuales del Registro Civil de Tocopilla, 1930, 1931 y
1932).
En 1931, la revista nacional Sucesos,
realizó un reportaje sobre la pobreza existente en el Norte
Grande, en donde se describían historias personales que denunciaban las
carencias y los profundos malestares económicos y corporales, en base a
enfermedades, de la población obrera en general. Dicha revista nos graficó
aquella dura realidad en la cual se sumieron los pampinos allegados al puerto. Varias fotografías nos
reseñan la dura vida en las periferias de las salitreras –en condiciones
similares a las que relatamos para el puerto de Tocopilla–. En una de aquellas
fotografías, es posible distinguir a una familia completa, con sus cinco hijos
y de fondo, la enclenque y desmejorada vivienda, construida de cartones,
latones y al centro –como en muchas casas– el tambor para el depósito
descubierto del agua, elemento propicio para enfermedades estomacales.
- El
territorio
La ciudad puede ser vista como locus en donde se sitúa una relación entre
individuos y grupos que manifiestan formas de apropiación diversa respecto del
espacio. En este contexto, las formas de apropiación del espacio contra el
Estado se estamparon en la constitución de basurales o de letrinas de públicas:
una clara señal de modificación del orden establecido a favor de un régimen de
control sanitario de “lo público” tal como ocurrió en Tocopilla y Washington.
Por ello, la ciudad aparece como un trabajo
o una obra en la cual emergen o son
inventados nuevos modos de vivir, de habitar y de producir lo urbano (Mitchell, 2003:18). Surgieron,
por medio de los Hoovervilles de
ambas ciudades, representaciones nuevas de los espacios urbanos, quizás como
respuesta violenta al orden instaurado y al Estado fracasado en lo económico.
En Tocopilla esto se nota muy especialmente en las laderas de los cerros
como espacio, exclusivo, de los pobres; el muelle como lugar de pernoctación;
la ciudad misma como lugar de embarque de los pampinos en su retorno hacia el
sur, y quizás la prostitución y la constitución de verdaderos barrios rojos, como otra forma de
respuesta en discordia al orden hegemónico y su control del espacio. En Washington con la ocupación de terrenos
del Estado y en algunos casos privados que preocuparon a las autoridades y a
los vecinos pudientes por ser un atentado a la estética.
En respuesta, ambos Estados desencadenaron el disciplinamiento del espacio, por efecto de la articulación de un
principio de clausura, es decir, la
especificación y determinación de un lugar heterogéneo a los demás y cerrado
sobre sí mismo, lugar protegido y distinto, que se inscribe en la monotonía
disciplinaria. La disciplina, el orden, irrumpe aquí como la forma de la
distribución de los individuos en el espacio urbano, que se realiza por la
técnica de otorgar a cada individuo y su grupo un lugar, pero a su vez, a cada
emplazamiento un individuo.
En ese escenario, Hooverville Seattle después de intentos para arrasar el campamento y vista la
reconstrucción posterior por sus habitantes, la ciudad de Seattle nombró una
comisión de seis residentes Hooverville para hacer cumplir “unas cuantas reglas sencillas para a seguir”. Muchas de ellas
basadas en la higienización y en el cómo ubicar las casas (Jesse Jackson, The Story of Hooverville en
Seattle (Seattle: University of Washington Press, 1944: 2). Estas pautas
también incluiría las estipulaciones del Comisionado de Salud, que “establece algunas reglas simples que cubren
otros servicios sanitarios” (ibídem: 2).
Estas reglas, y por extensión la comisión que les forzaba,
dio un sentido de ilegitimidad política a la creciente a la población de
Seattle Hooverville. Como esta ilegitimidad creció, también lo hizo hacia los comités
de los Hooverville. “El comité no oficial
dirigida por un registrador de desempleados se dedicó a una aplicación más
estricta del reglamento, pero fue apoyado hábilmente por las autoridades de la
ciudad”(Jackson, 1944:3)
Un dispositivo de control se evidencia en 1935, cuando se
interviene un comité para instaurar un sistema de dirección de las chabolas, proporcionando
sus servicios policiales, servicio postal rudimentario. (Ibídem: 3)
Por su parte, en Tocopilla se dictaban variados decretos
centrados en la higienización. En ese tenor, en septiembre
de 1932, la Dirección de Sanidad de
Tocopilla dictaba las medidas precisas para mitigar este mal:
1.
“Higienización de las
viviendas insalubres
2.
Despiojamiento y baño de
los vagos, pordioseros, vendedores ambulantes, escolares y cesantes
3.
Desratización intensiva con venenos y trampas
4.
Alejamiento y tratamiento adecuado de las basuras e
inmundicias
5.
Saneamiento y vigilancia
sanitaria de los mataderos, mercados, negocios dedicados a la venta de
comestible.
6.
Prohibición de criar y mantener
en los recintos urbanos perros y gatos u
otro animal sin cumplir las
ordenanzas municipales.”
Este mismo decreto, señalaba la restricción de circular por determinados
lugares de la ciudad. Uno de ellos fue el callejón existente entre el Estadio
Municipal y el Cementerio[12],
sitio acusado de insalubre y “propicio
para el uso de letrina pública, además de la acumulación de basuras y
desperdicios” (Archivo Gob. De Tocopilla, Dirección de Sanidad de
Tocopilla, oficio, nº 23, septiembre 1932). De esta forma el control de la
circulación tomaba fuerza como medida coercitiva.
Por otra parte, para evitar la propagación de la llamada “epidemia” se
dictaminaba lo siguiente:
1.
“Alejamiento precoz y
riguroso del enfermo
2.
Vigilancia sanitaria de los
sospechosos
3.
Despiojamiento y baño de
todo el cuerpo del sospechoso y de las personas que vivan con él.
4.
Desinfección de todas las
habitaciones del barrio del sospechoso.
5.
Instalación de baños
públicos y casas de limpieza.”[13]
La conformación de Inspectores de Salud en Tocopilla asumía como objetivo la vigilancia sistémica en la ciudad, con la
capacidad de “retener” a los sospechosos de alguna enfermedad. Siendo el cuerpo
de los sujetos y las marcas externas dejadas en éstos por el padecimiento de
alguna enfermedad, considerados ahora como “evidencia necesaria” para juzgar la
adecuación de los individuos a la nueva norma sanitaria, y también como un
supuesto criterio decisorio para la aplicación del decreto. Las rondas por la
ciudad eran continuas y muy efectivas en la lógica de este decreto en la
captación, a veces forzosa, de sospechosos o de enfermos evidentes
En control de la circulación, como así también el confinamiento de los
cesantes en las laderas del cerro, puede ser concebidas en una suerte de
marginalidad explicitada: surge la criminalización, y el espacio es su supuesto
delator.
Se configura en ambos casos, Washington y
Tocopilla, un discurso del Estado que imputa las enfermedades y suciedades a
determinados lugares de la ciudad, lo que no es más que el ejercicio de un
dispositivo de poder basado en las estadísticas redundando en una geografía de la transgresión. Una nueva
geografía que intenta sobreponerse a otra, a la de la transgresión del orden.
Frente a ella se instala una cartografía construida desde el Estado. La
cartografía que criminaliza. Se asumió, en una denotación fiscal, una
predisposición inherente a cualquier cesante en cuanto a condiciones de vida
malsanas y faltas de pulcritud.
En el caso de los EE.UU., una petición presentada por
Jefferson Park Club Ladies de noviembre de 1938, afirmó que las barriadas eran “muy desagradable para las personas que son
de mente cívica” y que en “ningún
modo agregan a la belleza de nuestra ciudad preciosa.” (Seattle Secretario
Municipal Office, CF160914. Citado por Neighly, 2010).
Lo anterior grafíca la imagen creada
de los Hoovervilles. Al afirmar que era una ocupación desagradable a la
“mentalidad cívica” y al afirmar que no agregó a “nuestra” ciudad, el
peticionario fue quitando Hooverville tanto de la sociedad civil y la
geografía. Hooverville estaba siendo designado como un extranjero, un “otro”,
lo que podría justificar su destrucción (Dustin Neighly, 2010).
- Fuego
y cemento
Una forma de eliminar los Hoovervilles en los Estados Unidos, fue a
través de la violencia policial, a través de los allanamientos y desmantelamientos.
Frente a este recurso agotado por la porfía de los pobres, en cuanto a su
retorno a los sitios, surgen los incendios. Un fuego legalizado gracias a un
bombero que transforma su función, ya no apaga, sino que enciende casas,
pocilgas y chabolas. Con sus mangueras de fuego, quizás, empleados como
metáfora de la guerra paralela que se vivía hacia el exterior. El fuego como
solución, de eliminación del otro. El fuego como exterminador total de una
pobreza arraigada.
“La decisión de eliminar Hooverville se precipitó en 1941
por un informe de la Autoridad de Vivienda de Seattle, en la que presentó una
recomendación especial relativa a diversos barrios de la ciudad” (Dustin Neighly, 2010).
Esta recomendación, al parecer, era el impulso para la creación
del Ayuntamiento del Comité de
Eliminación de Chozas.
“Este Comité, presidido por el Comisionado de Salud, el
Superintendente de Edificios, el Jefe de Policía y el Jefe del Cuerpo de
Bomberos, fue el encargado de redactar un plan sobre cómo proceder con la
eliminación de Hooverville. en 14 de abril la carta al Comité de Seguridad
Pública, el Comité de Eliminación Shack declararon que habían publicado la
notificación de todos los ranchos en el Puerto de Seattle Hooverville liberar a
partir del 1 de mayo de 1941” (Dustin Neighly, 2010: s/n).
Si en Washington se recurrió al fuego, en Tocopilla se recurre al
cemento. Los bomberos como hombres claves en el norte, los arquitectos como
hombres claves por el sur. Ambos con un mismo fin de eliminación y control del
cesante en vías de desdomesticación.
Por su parte, en Tocopilla, a contar del
segundo lustro de la década del treinta, se vive el florecimiento de una
arquitectura moderna, expresada en la cimentación de un barrio patrimonialmente
significativo, compuesto por el Hospital Marcos Macuada (1941, demolido
2009). Los Edificios Colectivos de la
Caja del Seguro Obrero Obligatorio, diseñado por el reconocido arquitecto
Luciano Kulczewski (1941). Además de la Escuela Superior de Hombres N° 1 y la
Escuela Superior de Niñas N°2, en
1941-43[14],
sumándose, a finales de la década del 50, el Liceo Latrille[15].
Se adhiera a lo anterior, la Torre del Reloj donado por la Cámara de Comercio y
la construcción de la Población Emilio Sotomayor, implementada por la CORVI en
1966, [16]Todo
un conglomerado, un barrio. [17]
Este lenguaje arquitectónico, expresión de un
cronotopo, puede ser leído desde cuatro puntos de vista. El primero de ellos es
su inscripción urbana. Porque en este conjunto se archiva una época en que
Chile se planifica con un concepto moderno el crecimiento de las ciudades,
incluyendo una estructura urbana que se aprecia hasta hoy y que sobresale por
contener un núcleo de edificación pública. En segundo lugar, su lectura
histórica y social de este barrio nos orienta hacia la concentración de obras
construidas por el Estado en una representación de las políticas estatales de
vivienda, educación y salud. Es testimonio de un Estado que se ocupó con
especial énfasis de los habitantes del norte de Chile, en un momento de crisis
salitrera. La tercera lectura de este barrio, podemos centrarla en su dimensión
y relevancia arquitectónica, porque
representan la consolidación de la Arquitectura
Moderna en Chile, con una profunda esencia social, manifestando una nueva
forma de habitar centrada en la salubridad, confort y el proyecto de potenciar
la calidad de vida.
No obstante, una cuarta lectura hermenéutica,
nos sitúa en una arquitectura que representa a un Estado que destina sus
energías hacia el control social. Edificios
máquinas, para obreros, para que salgan de los Hoovervilles locales, por
ellos estas “maquinas” de cemento, basadas en una esquematización desde
el poder sobre la vida, centrado en la disciplina sobre los individuos y control
sobre las poblaciones, con la entrada de lo biológico, de las corporalidades en
el campo de lo político.
Este barrio, como reacción a un descontrol, podemos
leerlo como un instrumento para gestionar y administrar la vida estatizada,
mediante una serie de dispositivos. Michel Foucault (1990, 2000) nos dice, que
el biopoder y sus dispositivos se interesan por el urbanismo, por la gestión de
las epidemias, por la higiene, es decir por la vida-cuerpo de la población. Ya
no se trata de castigar sino también de medicalizar,
de higienizar, de controlar la salud, la demografía, la agrupación, los
alimentos, etc. y para eso, en lógica normalizadora, el poder necesita de la
estadística, como ciencia del Estado, en un paternalismo exuberante sobre las
corporalidades y las familias. El Estado fue tras la vigilancia de una masa
poblacional que, fruto de la cesantía, había dejado las estructuras de
domesticación social conocidas en la pampa salitrera que cumplían función de
inspectoría. Una estrategia centrada en el cuerpo fiscalizado como medio a un
objetivo de domesticación mayor. En un racismo de Estado, de un Estado
omnipotente y Pastor.
Un barrio moderno que,
basado en la funcionalidad y en la practicidad, porque en la lógica de Le
Corbusier “lo que funciona bien es bello”,
se expresa en una cita al panóptico,
sirviendo como laboratorio de técnicas para modificar la conducta o reeducar a
los individuos, por lo que no sólo es un aparato de poder, sino también de
saber. Surgen de este modo, arquitecturas como máquinas pedagógicas, máquinas de
acción médica y las máquinas de domesticación colectiva, y en un costado, un
reloj monumental, interpretado como dispositivo del orden, disciplina y
control, esencial para la eficiencia en el trabajo y el revisión cronológica
social.
Entonces, en este proceso Washington y Tocopilla se asimilan en la
pobreza, en una reacción del cesante en re-significar los espacios urbanos, en
re-utilizarlos y apropiárselos a través de la mediagua. Surge entonces una criminalización
del cesante, en un apogeo de materialidades habitacionales precarias. Ambas
ciudades fueron receptoras de una masa hambrienta. Lo que fue el campo agrario
centrífuga en EE.UU., en el norte de Chile lo fue la salitrera. El campo y sus
patrones domesticaron y disciplinaron al campesino, lo mismo hicieron los
dueños de las salitreras que también domesticaron a un hombre de campo, al enganchado de la zona central. La
cesantía los libró de la domesticación. Ambas ciudades se unieron por la
violencia del Estado hacia los pobres, articulados por el hacimiento, escasez
de agua y la mortalidad en amplificación. Un bombero invertido fue destructor y
los arquitectos destruyeron los Hoovervilles a través de un edificios
modernistas. Lo que unió la pobreza, los separó las respuestas.
La solución estadounidense para la desaparición de los Hoovervilles. Quemazón en Washington en 1932. Al fondo, el Capitolio. Archivo © Kathy Weiser.
La
solución al problema de los Hoovervilles en Tocopilla por parte del Frente
Popular encabezado por Pedro Aguirre Cerda. Tres edificios colectivos (Caja del
Seguro Obrero Obligatorio) un liceo, un hospital y dos grandes escuelas. El movimiento moderno al servicio del
Estado controlador y apaciguador.
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NOTAS
[1] Luego de la renuncia del presidente Arturo Alessandri, el entonces coronel Ibáñez irrumpió en el puesto clave de Ministro de Guerra en los gobiernos de transición que se sucedieron. Durante el breve gobierno de Emiliano Figueroa, que fue elegido en 1925 tras la segunda renuncia de Alessandri, Ibáñez se convirtió en el verdadero poder tras las sombras. En 1927, Figueroa renunció forzosamente e Ibáñez arrasó en las elecciones de ese mismo año, con más del 98% de los votos. Era candidato único.
[2] Sistema monetario en el que el valor de la moneda es convertible en oro de una calidad determinada a un tipo de cambio fijado previamente por ley. Muy vinculado en su origen al imperio de la libra esterlina durante toda la segunda mitad del siglo xix, el patrón oro estuvo vigente en la mayor parte del mundo durante los años que precedieron a la Primera Guerra Mundial. Restaurado nuevamente en 1925, fue abandonado definitivamente en 1931, durante la Gran Depresión
[4] Después de la caída de Ibáñez, se inicia un verdadero desfile por la casa de gobierno, en su mayoría gobiernos de facto. El listado es el siguiente: Carlos Ibáñez (desde el 21 de julio de 1927 hasta el 26 de julio de 1931); Pedro Opazo (desde el 26 de julio hasta el 27 de julio); Juan Montero (desde el 28 de julio hasta el 21 de agosto); Manuel Trucco, (desde el 22 de agosto hasta 4 de octubre); Juan Montero (hasta el 4 de junio de 1932; Golpe de la “Junta Socialista”: Matte, Dávila, Puga y Grove. (La junta sólo dura 12 días); Golpe de Estado de Pedro Lagos, nueva Junta de Gobierno: Cabero, Dávila y Cárdenas (17 de junio), asume con poderes totales Carlos Dávila. (8 de julio de 1932). Golpe de Estado de Arturo Merino Benítez, asume Bartolomé Blanche (13 de septiembre). Ultimátum desde Antofagasta a cargo de Pedro Vignola con el propósito de que Blanche entregara el poder 27 de septiembre, asume el Presidente de la Corte Suprema, Abraham Oyanedel (2 de octubre). Elecciones de octubre de 1932, ganador Arturo Alessandri Palma.
[5] Todo ese proceso de retorno, se explica a que el Norte había sido, desde el siglo XIX, un locus de atracción de la migración interna chilena, desplazando trabajadores desde el sur y el centro del país hacia las minas salitreras del Atacama. Surge así una especie de mito en cuanto al norte que, en su período de abundancia económica, se configuró como lugar hacia donde migrar para “hacer fortuna”, y como esta mitología va cediendo hacia la percepción de que hay que abandonar el norte mientras se pueda, ya que la gran economía salitrera se desmanteló.
[6] Este cruce, licito-ilicito, es efecto de la desesperación amplificada, un momento de premura intensa, quizás se decide en que no hay nada a perder, que se debe cruzar la frontera entre lo permisible y lo ilícito, lo que finalmente provoca una resignificación situacional de estas categorías. En esta resignificación, en la opción por desatender la moralidad y el orden impuesto, es posible hallar un gesto de resistencia, de inconformidad. Transformándose en un gesto político en disonancia, más que en una pérdida de sentido de lo moral.
[7] La entrega y venta de sitios por parte del Estado y la Municipalidad para el levantamiento de las llamadas Poblaciones Obreras comienza en 1931. La Municipalidad estimaba que el precio medio del metro cuadrado consignado a la venta a plazo podía considerar $25 si el terreno estaba emplazado en el sector urbano, en cambio si el terreno estaba apostado en sector suburbano el valor sería de $10 y en el rural sólo de $3. Inconcusamente que los sectores “Pampa Este”, “Ciudad Perdida”, “El Salto” o “Villa Esmeralda” no eran lugares en donde se estableciera una relación extractiva con el suelo, ni minera, menos agrícola, por tal no podían ser consideradas como rurales, aunque dentro del radio urbano existían quintas de donde se producían verduras, frutas y flores, o en el caso de “Villa Esmeralda” donde se podía establecer a la pesca como actividad extractiva. En ese sentido, se expresaba una confusión y una amplia tergiversación en la normativa, y por ello, el Municipio optó por considerar que todo el espacio usado por cesantes era “rural”, y por tal valdría sólo $3 el metro cuadrado. Esa consideración y resquicio legal daría paso a un expedito levantamiento de poblaciones obreras. De todos modos, el Municipio tocopillano se estaba amparando bajo las ordenanzas legales que durante el periodo de 1930-32 marcarían la preocupación del Estado en lo que se refiere a las Viviendas Populares o Viviendas de Emergencias, expresadas en la proliferación de albergues. En marzo de 1931 surge la Ley N° 33 que trataba sobre el fomento de las Habitaciones Populares, que motivó la creación de la Junta Local Provincial de la Habitación Popular, integradas entre el Alcalde, el Ingeniero de la Provincia y Sanidad. El 14 de abril de 1932 surgiría la Ley N° 407, desde el Ministerio de Bienestar Social, la cual determinaba los valores máximos de los sitios destinados a la formación de poblaciones y barrios.
[8] El plano regulador de Tocopilla, en los inicios de la década del 30, tenia como antecedente el Plan de Ensanche proyectado por el urbanista austríaco Karl Brunner y su discípulo Luis Muñoz Maluschka, originado en 1929.
[9] La diferenciación socioeconómica en el uso del suelo estaba vinculada estrechamente con la vinculación con el mar. Los que vivían cerca del puerto, eran las familias enlazadas con los grandes almacenes o compañías foráneas vinculadas con la explotación y exportación del salitre. Desde la década del 20, la instalación de una moderna termoeléctrica norteamericana, hizo que la ciudad viviera una notoria fragmentación en los tocopillanos, siendo el Puente del Ferrocarril FCTT –ubicado en el centro geográfico de la ciudad- el catalizador de esa división. Al norte del puente estaba el llamado “Pueblo” y al sur del mismo, la “Villa”. Al norte residían los no vinculado con la termoeléctrica y al sur del puente, los trabajadores de la central generadora de electricidad. La diferencia socioeconómica se expresaba en las materialidades de las casa habitaciones.
[10] Entrevista a Amelia Barrera (2007)
[11] Según estimaciones censales, en 1930 Tocopilla poseía una población total de 15.303 personas.
[12] El sector ubicado entre el Estadio Municipal (construido en 1931) y el ex panteón corresponden a la actual avenida Teniente Merino.
[13] Archivo Gob. de Tocopilla, Dirección de Sanidad de Tocopilla, oficio Nº 23, 11 de septiembre 1932.
[14] Ambas proyectadas por los arquitectos José Aracena y Gustavo Mönckeberg, a través de la Sociedad Constructora de Establecimientos Educacionales.
[15] Proyectado por Carlos Albretch.
[16] Proyectada por el arquitecto Hugo Rivera.
[17] Según lo explicitado por Le Corbusier, en base a las cinco posibilidades de este estilo, están las ventanas apaisadas totalizadoras, quebrasoles, la planta libre, los pilotis, estructuras independientes de las fachadas y las terrazas. Impera el hormigón armado, destacando la pureza de sus volúmenes rectangulares con arista en canto vivo, ventanas rectangulares, rehundidas, cubiertas superiores planas, predominio de la opacidad de sus muros exteriores, pasillos perimetrales interiores de circulación para acceder a las distintas dependencias, aportando al recorrido sombreados entre los distintos niveles de los edificios; característica primordial de las construcciones para la zona desértica del norte de Chile. Como arquitectura del Movimiento Moderno, la clave es la racionalidad. Sus rasgos se encaminaban a superficies lisas, sin ornamentos, paños continuos, siendo la crítica hacia los estilos pasados y anacrónicos una lógica invariable.
ARCHIVOS
·
Gobernación Provincial de
Tocopilla
·
Escuela Superior de Niñas Nº 2
de Tocopilla
·
Registro Civil de Tocopilla.
·
Informe de la División
Saneamiento 31 de diciembre 1935, citado en Extracto del Informe Anual de 1935 del
Departamento de Salud, Seattle
Archivo Municipal :
http://www.seattle.gov/CityArchives/Exhibits/Hoover/1935ar.htm (consultado en
diciembre 29, 2009)
· Informe
del Comité de Eliminación Shack (14 de abril de 1941), Seattle Archivo
Municipal Disponible en http://translate.googleusercontent.com/translate_c?depth=1&ei=1NzQUPCOHoy40QHv6YGICw&hl=es&langpair=en%7Ces&rurl=translate.google.com&twu=1&u=http://www.seattle.gov/CityArchives/Exhibits/Hoover/1935ar.htm&usg=ALkJrhjazlvPqlEAOirRkPpLNzRNqb45Cg
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ENTREVISTAS
- BARRERA, Amelia.
2007 Ovallina,
nacida en 1911, fallecida en 2010. Dueña de casa y residente en Tocopilla desde 1929 hasta
2010. Entrevista realizada en Tocopilla en febrero 2012.
- BUGUEÑO, Pedro
2009 Tocopillano,
nacido en 1924, fallecido en el año 2010. Dirigente social, político y
sindical. Exiliado en Francia por la dictadura militar.
- FERNÁNDEZ, Sergio
2010 Tocopillano,
nacido en 1930. Jubilado, toda su vida estuvo vinculado a empresa exportadora
de salitre. Entrevista realizada en
Tocopilla en diciembre del 2010.
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